Ya de vuelta al trabajo, las ideas anteriores empezaron a conformar una nueva estructuración del material relativo a la innovación abierta. Sin darme cuenta, la literatura leída durante tanto tiempo, había sido aprehendida a través de las experiencias de la vida cotidiana. Así, la descripción inicial del concepto Open Innovation planteado por Chesbrough (2003): “La innovación abierta describe la integración sistemática de inputs externos en algunas (o todas) las etapas del proceso de innovación… Las empresas que adoptan un enfoque de innovación abierta son conscientes de que hay mucha gente inteligente fuera de las fronteras de su empresa”, dejo de ser un concepto teórico para ser algo tan real como el teclado a partir del cual se van dibujando las letras de este post.
Representación visual del concepto Open Innovation de Chesbrough
Una de las fuentes externas para innovaciones abiertas que más me están llamando la atención, sin ánimo de menospreciar la relativa a colaboraciones externas con otras organizaciones ó la propia de los innomediarios (que serán tratadas en posteriores posts), es la co-innovación con los usuarios.
La co-innovación con los usuarios requiere de varias cosas. La más importante, al menos desde mi punto de vista, es que el producto se abra y deje espacio para que el cliente-usuario le dote de nuevo contenido, nuevo significado.
Obra central de Nathan Sawaya y periféricas extraídas de Google Images
El nivel de participación del cliente-usuario en la innovación de la propuesta de valor de la empresa puede ir, desde el nivel más bajo de mera personalización estética del producto (NikeID, myAdidas, rbkCustom, M&S, etc…), hasta el desarrollo de nuevas funcionalidades, aplicaciones, e incluso el rediseño del mismo. El segundo tipo de relaciones son sin duda las más interesantes. E Internet está resultando un facilitador enorme para ello. Ejemplos de ellos son las plataformas abiertas que productos como PS2, XBox, iPhone, están proporcionando a los usuarios para que estos diseñen sus propias aplicaciones. Estas aplicaciones son luego aprobadas desde la empresa y pasan a formar parte del catálogo oficial en la web. El usuario consigue así un escaparate privilegiado para sus aplicaciones, y la empresa incorporar de forma exponencial nuevas aplicaciones para sus productos, ajustadas a las necesidades e inquietudes de sus usuarios. Son relaciones tipo win-win en que los beneficios económicos son repartidos entre las dos partes.
Más allá de la novedad que este planteamiento puede tener en sí mismo, hay detrás algo más importante; el cambio del rol del cliente-usuario, y su transformación, de mero receptor pasivo de propuestas de valor (productos-servicios), a creador de nuevo valor para las mismas. Este rol cliente-usuario-productor fue bautizado con el nombre de prosumidor por el matrimonio Toffler en su libro “La Tercera Ola”.
Eduardo Castellano